Creo que desconcertante es una palabra idónea para calificar al fenómeno que es el Premio Nobel de Literatura. El desconcierto nos deja en un estado de perplejidad y duda; de alguna manera nos descompone y nos desorienta y nos aturde, causándonos la urgencia de encontrar puntos de referencia para recolocarnos.
Este desconcierto nos involucra a todos como lectores expectantes y jueces informales y no siempre bien informados. Las críticas recientes y cada vez mayores al premio, se deben, en parte, a que los ganadores o son muy reconocidos o nadie los conoce.
Un ejemplo del primer caso es Bob Dylan, uno de los artistas más importantes del medio siglo más reciente de la cultura norteamericana. La mayoría de nosotros hemos escuchado, al menos, una canción suya y podemos identificarlo en una fotografía y hasta dar algunos detalles sobre el contexto de su obra. Pese a todo esto, su reconocimiento como Premio Nobel fue ampliamente criticado, principalmente desde un sector del público que cuestionaba la calidad literaria e incluso el sentido literario de su obra.
Este desconcierto abrió, en los mejores casos, un debate sano e inteligente acerca de lo que entendemos por literatura. Este debate sigue siendo necesario, pues una de las preguntas fundamentales de la teoría —literaria y de la literatura— nos anima a responder lo siguiente: ¿cuál es la dimensión de la literatura? El debate sobre el nobel Dylan giraría en torno a si las letras de sus canciones deben ser consideradas literatura, y esta sería solo una dimensión. Otra sería la de su valor estético, y otra la de su función.
Un ejemplo del segundo caso es Han Kang. La menciono porque no la he leído y a otros autores ganadores del premio a quienes tampoco conocía (Fosse, Ernaux, Gurnah y más) ya los leí. De Kang leí algunas páginas de La clase de griego (sí, el mismo día que la anunciaron). Dejé la lectura para husmear en X, Facebook y Reddit y encontré una impresión común: desconcierto y desconocimiento. ¿Quién es Han Kang? ¿Cuáles son sus méritos literarios? Comprendí que todas estas preguntas hablan, en primer lugar, de nuestra ignorancia. Pero la ignorancia es buena cuando nos motiva a descubrir cosas nuevas y nos hace conscientes de todo lo que nos falta aprender. Conocer a una nueva autora siempre será una oportunidad notable.
Desde un punto de vista más crítico, es válido cuestionar los criterios y procesos de la Academia. Esta crítica nos vuelve reflexivos y atentos a lo que sabemos que vendrá después: publicidad, exhibición masiva de la autora, reimpresiones, ventas y reediciones de sus libros. Si nos adaptamos a esta vorágine de consumo, al mismo tiempo que resistimos al bombardeo publicitario, podremos comprar un libro, leerlo y disfrutarlo o padecerlo. Después de todo, somos lectores y lo somos porque hemos aprendido a leer por gusto y no por obligación.
Por todo lo anterior, soy optimista. Muchos de mis autores favoritos han ganado el Nobel de Literatura y aunque sí tienen perfiles en común (como una carrera consagrada, si hablamos de Vargas Llosa, Modiano, Lessing, Bashevis, Szymborska, Saramago), creo que no hay un perfil definido que los y las amolde. En caso de que lo haya, celebro que este molde haya dado forma al reconocimiento a prosas tan sutiles y pausadas y espaciosas como la de Fosse, o a prosas tan inclasificables como la de Tokarczuk.
Kang nos plantea un reto diferente, por lo que he leído: una búsqueda y una recuperación, una indagación acerca del lenguaje por medio del lenguaje; un metalenguaje, una nueva cuestión y un nuevo desconcierto. Esto debería abrir otro debate, no solo centrado en el sentido de lo literario, sino en su fundamento último.