Notas sobre “Las categorías gramaticales en el diccionario” de María Bargalló Escrivá (2024, en S. Torner, P. Battaner e I. Renau (eds.), Lexicografía hispánica. The Routledge Handbook of Spanish Lexicography (38-50). Routledge)

Christian Saúl Hernández Pérez
Maestría en Lexicografía y Producción Editorial, UDG/AML

El texto de Bargalló (2024) es un documento interesante que da detalle de tres aspectos principales: la importancia de las categorías gramaticales en la lexicografía, las posibilidades de su inclusión en la estructura del diccionario y su incidencia en el contenido de éste. En cuanto al fondo, me parece que la reflexión se despliega a través de una discusión teórica de tres campos: la lingüística, la lexicografía y la metalexicografía.

En la primera parte, leemos una breve descripción sobre el debate disciplinar que desde la lingüística se ha dado en torno a las categorías gramaticales. ¿Cuántas y cuáles son? La cuestión no es solo definir cuántas y cuáles hay, sino sus funciones, límites y alcances, sobre todo en lo que respecta a sus subclasificaciones. De cualquier modo, es un hecho que son fundamentales para la confección lexicográfica.

De lo anterior es prueba que, como señala Bargalló, las categorías gramaticales tienen un término particular para su inclusión y uso en los diccionarios, la marca gramatical. Me parece interesante que la autora hace este apunte aludiendo a la metalexicografía. Uno de los enfoques predominantes en la metalexicografía es el que exalta la centralidad del usuario, y entiendo que hay posturas metalexicográficas que priorizan el rol del usuario en el desarrollo de la lexicografía, defendiendo, a la par, la independencia de la lexicografía de la lingüística.

Bargalló atenúa esta inquietud, primero, enfatizando que las marcas gramaticales sí cumplen una función para el usuario, pero una función informativa lexicográfica y lingüística, y segundo, citando a Ahumada, quien se refiere a que el uso de las marcas gramaticales es el cordón umbilical que une al diccionario con el sistema lingüístico (1989, p. 78). Como corolario, la autora sostiene que estas marcas son, junto a la entrada y la definición, las tres partes fundamentales de la estructura mínima del artículo (2024, p. 41).

Esta opinión no goza de consenso. Es cierto que las abreviaturas que dan información gramatical en los lemas contaminan —para algunos— la microestructura del diccionario; incluso en la práctica, las categorías gramaticales son incluidas como lemas. De todo esto da cuenta Bargalló, quien, citando a Gili (1987, XXXV) plantea que “un diccionario no puede ser una gramática por orden alfabético”, y nuevamente recurre a la metalexicografía para plantear la cuestión de cuánta gramática debe incluirse en un diccionario.

En este punto, creo que la discusión ya no se trata solo de la cantidad de gramática que puede concentrar un diccionario, sino de su fundamento en el diseño y el uso lexicográfico. Pero esta opinión no es solo mía. En seguida vemos cómo, en efecto, las marcas lexicográficas cumplen una función que no es ya solo lingüística sino estrictamente lexicográfica: la que ayuda a tomar decisiones sobre la homonimia, la polisemia y la estructura básica de la microestructura.

Esta toma de decisiones tiene muchas implicaciones que determinan el curso del diccionario: desde la confección del lemario o macroestructura, hasta el desglose y detalle que se brindará en la microestructura de cada lema. Se sabe que uno de los apartados más importantes e ignorados de los diccionarios es la introducción o el prólogo; de hecho, hay introducciones valiosísimas como la del Diccionario de Autoridades que, además de la información del contexto y la realización de la obra, contiene información muy relevante sobre las autoridades a las que hace referencia, abarcando nombres y obras de un periodo de más de tres siglos.

En este sentido, las introducciones o prólogos de los diccionarios, como dice Bargalló, adquieren buena parte de su sentido y función a partir de la explicación de las informaciones gramaticales que contienen, marcando incluso ciertos tipos de paradigmas o rutas orientadoras para los especialistas. Ejemplo de lo anterior, cita, es el apartado explicativo del Clave. Diccionario de uso del español actual (1996) en el que se detalla que el orden de las acepciones de cada lema sigue el orden de esta jerarquía: “adjetivo; adjetivo/sustantivo; sustantivo: común, ambiguo, masculino, masculino plural, femenino, femenino plural; verbo; verbo pronominal; adverbio; conjunción; preposición, e interjección” (Clave, 1996, p. 18, citado en Bargalló, 2024, p. 47).

Como era de esperarse, esta jerarquización tampoco es absoluta ni está exenta de cuestionamientos y nuevamente parte de estos derivan de la metalexicografía. En este caso, además, se cuestiona y contrasta la efectividad de las categorías y marcas gramaticales de los diccionarios monolingües del español frente a los anglosajones destinados al aprendizaje

[…] en los que se ordenan las acepciones teniendo en cuenta, […] la frecuencia de un determinado sentido y, de manera más específica, la semántica de la unidad léxica, dado que tales opciones pueden ayudar de manera más clara al usuario a localizar el significado que está buscando dentro de un contexto determinado (Bargalló, 2024, p. 47).

Si el orden de las acepciones depende de la frecuencia —en los casos de esta irrupción polisémica—, deberemos cuestionarnos los objetivos y fines del proyecto lexicográfico y tratar de prever, en la medida de lo posible, sus consecuencias. En el núcleo, me parece, está la evaluación de la pertinencia de anteponer la frecuencia a la categoría y sus impactos comunicativos y hasta didácticos. Por ejemplo, el caso de presidenta. El DLE pone como primera acepción la que sigue:

1. adj. p. us. Que preside.

Pongo este ejemplo porque creo que en el DLE se resuelve de manera práctica la cuestión de la flexión de género de presidente —tan polémica—, y si uno busca presidenta, lo que se nos muestra es presidente, ta. Luego se da la siguiente explicación:

De presidir y -nte; lat. praesĭdens, -entis.
En acep. 1, u. solo la forma presidente; para el f., u. algunas veces presidente en aceps. 2 y 3.

Estas son las acepciones 2 y 3:

2. m. y f. Persona que preside un Gobierno, consejo, tribunal, junta, sociedad, acto, etc.
Sin.: director, dirigente, gobernante, mandatario, jefe, cabeza, autoridad, guía, principal, árbitro, cabecilla, administrador, presi.

3. m. y f. En los regímenes republicanos, jefe del Estado normalmente elegido por un plazo fijo.
Sin.: presi, gobernante, jefe, dirigente.

Quizá no sea muy frecuente ahora, todavía, pero algún hablante podría señalar que presidenta también hace referencia a alguien que preside y no habría que remitir a segundas o terceras acepciones para definir una unidad cuya lexicalización hace referencia a una mujer que preside un gobierno o es jefa de Estado de un régimen republicano. De hecho, y creo que de manera muy atinada, las dos marcas del lema (adj. p. us.) muestran una salida a esta discusión, pero no una solución; por su frecuencia, esa acepción no debería ser la primera, y quizá por su clase de palabra tampoco.

Véase que la primera acepción está marcada como adjetivo y las dos posteriores como nombres masculinos y femeninos. Esto último remite nuevamente a una de las discusiones fundamentales que se han dado en torno a la macroclase nombre, tanto en la lingüística como en la lexicografía hispánicas desde el siglo XVIII, en el contexto de institucionalización de la lexicografía española académica. Dice Bargalló:

[…] en cuanto a las clases de palabras, se ha producido la separación, dentro de la categoría inicial de ‘nombre’, entre ‘sustantivo’ y ‘adjetivo’, de manera que hasta principios del siglo XX aún se sigue utilizando la macroclase ‘nombre’, tal como indica Calero Vaquera (1986, p. 67), mientras que “la RAE no aceptó el adjetivo como clase independiente de palabras hasta la 12.ª edición de su gramática en 1870″ (2024, p. 39).

Este cambio en la gramática y su reflejo en la lexicografía es una razón de peso para defender la inclusión de la información gramatical en los diccionarios. Creo que ni siquiera la carga visual de la marca gráfica en la microestructura justificaría su exclusión. De hecho, las abreviaturas y su sistematización también son un logro de la gramática y, por lo tanto, de la lengua, y su uso informativo y explicativo son, sostengo, defendibles.

Queda abierta la cuestión acerca de qué tan fecunda puede llegar a ser la relación entre lexicografía y metalexicografía, sobre todo en cuanto a que ésta, desde su perspectiva funcional, busca marcar lindes claras y no sé si definitivas entre la primera y la lingüística.

Referencias

Bargalló Escrivá, M. (2024). Las categorías gramaticales en el diccionario. En S. Torner, P. Battaner e I. Renau (eds.), Lexicografía hispánica. The Routledge Handbook of Spanish Lexicography (38-50). Routledge.